No sé cuánto llevo aquí sentada
mirando todo y viendo nada.
Hoy los ánimos decrecen,
y frente a mis ojos aparece clavada, su mirada.
También hoy he buscado ese sufrimiento.
Ese meter el dedo en la llaga.
Y más cruel es en fin, pues es mi propio dedo.
Es la dicotomía
de lo que quiere ser algo y no puede serlo.
Y si quizás haya dos almas desdichadas
es porque yo así lo he decidido.
No hay para mí mayor tormento
de conocer, a ratos, lo que mi persona
ha inflingido.
En estos lodos en los que flotamos
y de los que yo creía estar saliendo,
a veces caigo, y naufrago.
Y sé que volveré a naufragar, y ése es otro tormento.
Porque al final, en mi propia yaga,
acabo siempre metiendo yo el dedo.