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viernes, 25 de febrero de 2011

Tirarme al gentío

En ocasiones creo que pierdo profundamente la conciencia, de lo que hago, de lo que pienso o incluso de lo que me hace sentir viva o de lo que hace que sienta que ya he empezado a morir. Y uno de esos momentos fue una de las noches en las que el alcohol me había afectado profundamente.

No sé cómo acabamos allí, en el reservado, con unos tíos completamente desconocidos que en realidad eran unos críos que daban naúseas. A mí al menos me provocaban ganas de vomitar, seriamente. Yo no quería estar ahí. Yo no quería estar en ninguna parte, porque ni si quiera tenía la fuerza suficiente para sujetar esa sexta o séptima copa que me estaba tomando. Demasiado cansada de tantas fiestas sin sentido. Demasiado cansada de ponerme ese oscuro maquillaje y salir a trotar por las discotecas sin sentido.

Y el tío vomitivo se me acercó. Mirando por el balcón, hacia la pista de abajo. Sólo veía cabezas moviéndose sin sentido. Era divertido estar ahí arriba mirando a todos esos cuerpos que se movían entre sí, que como todos los cuerpos tienen historias propias, desconocidas. Podría haber un asesino en serie ahí abajo y nunca lo sabría. Mi cabeza pensaba en todas esas cosas, mientras el ron se filtraba por mi garganta y el tío vomitivo me acariciaba las caderas. Me daba asco, un asco indescriptible. Sus ojos de águila, su nariz saliente y puntiaguda, esa saliva entre los dientes que se asomaba a través de la sonrisa que no alumbraba confianza alguna...

Sólo quería salir de allí. No quería que me tocase, y logré zafarme de él en seis ocasiones diferentes. Mientras miraba a ese gentío profundo, que era como un mar de respiraciones elocuentes. Una amiga tiene la teoría de que hay veces que notas tanto una determinada sensación que al final acabas por no sentirla. Ella lo llama "traspasar la barrera del hambre" o "traspasar la barrera del sueño". Yo sentía tanto asco por ese hombre que al final me dió igual que me tocase. Y por un segundo estuve pensando que o me dejaba hacer, o me tiraría a ese enorme gentío de ahí abajo. Al final ninguna de las dos llegó a convertirse en una realidad porque alguien me tiró del brazo, porque recobré un poco el sentido común o porque me sacaron de allí. No lo recuerdo bien.

Llegas a un punto en el que te cansas de tantos cubatas. En el que te cansas de tanta estupidez humana. En el que te cansas de seguirle el rollo a esa paranoia falsa de sonrisas en la noche; y es cuando ya te da igual que te toquen o que no; que te desgarren; que te arranquen las bragas en un baño sucio. O encontrarte en la esquina mohosa de siempre. Al fin del todo, eres uno más de ese gentío, de ese mar de cuerpos con una historia que nadie conoce; puede que ni tú mismo.

viernes, 4 de febrero de 2011

Sinceridad

Si la sinceridad es una virtud,
definitivamente hay gente a la que le hace falta.
Si recordar es el castigo,
espero que se me imponga otro.
Quiero a todos fuera de mi cabeza, a todos.
Quiero ser libre y vivir mi vida, planear sin redes,
gritar sin motivo y no llorar entre bambalinas.
Quiero que me digas, que me grites que no me quieres,
que me pongas fuera de tu vida y lo notifiques,
quiero que tu presencia deje de acosarme constantemente,
quiero que me abofetees con palabras certeras;
para así poder vivir.

A veces la sinceridad es el arma más potente,
a veces la sinceridad es lo único necesario
para poder seguir sin verte en cada cara.
Si de verdad eres humano, saca las garras y aráñame,
destrózame en lo más hondo para poder volver a empezar;
mátame las ganas de seguir con esta desesperación;
para que así entre las entrañas saque un nuevo mapa que seguir.
Dime que me has olvidado y yo te olvidaré.

Hasta los cojones, estoy hasta los cojones, en serio.