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lunes, 11 de abril de 2011

Chico que era hombre

Él se salía de lo habiual.

Era una presencia etérea, destilaba un vaporcillo asombroso cuando caminaba por la Gran Vía, y las cabezas se giraban a mirarlo. Era asombroso porque aunque tenía un agujero en su polo (su único polo rojo de marca, dado de uso en inumerables ocasiones) se las arreglaba de algún modo para seguir siendo glamuroso, para seguir captando miradas incluida la mía. Yo le agarraba de la mano, y él se dejaba. Íbamos al Starbucks, aunque nunca me gustó ese sitio. Y así me pasaba las tardes, mirándole. Anonadada, supongo que como muchas otras chicas, yo no era la única. Sin embargo, hay momentos que se quedan grabados en tu mente, aunque no sean decisivos, pero yo en la mía le veo a él, sentado en ese sillón, con actitud chula, con una pierna en el reposabrazos y las gafas de sol ajustadas al cuello de su camiseta mirándome con firmeza.

No hacía falta más que un poco de confianza. Y ese aspecto de gigoló- esos ojos azules, esos labios perfectos, y esas pequeñas pecas en sus pómulos. No era alto y sin embargo medía más que lo que aparentaba. No era un hombre fornido, pero era fuerte. En sí mismo, ni si quiera era un hombre, pero sabía aparentar que sí. Y yo agarraba su mano, le daba besos en el metro de forma apasionada, y él me mordía, y yo le mordía como respuesta. Pero sí, podría haber sido otra.