Él me miraba, con ojos penetrantes, mientras esa bailarina de la danza del vientre hacía lo suyo, mientras el humo de las cachimbas inundaba la sala, él me miraba.
Me taladraba el cerebro, y yo, impasible, mantenía la mirada en un pulso insistente y secreto, aunque ambos sabíamos que era así.
Y mientras tanto yo pensaba "esto es, esto soy, no hay más, no busques". Esta soy yo y esto es lo que tengo, más allá del humo exterior sólo habrá brumas interiores. No hay más, no busques.