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lunes, 12 de octubre de 2009

Sabor agrio

Leyendo lo anteriormente escrito ha venido a mí un recuerdo en semejantes circunstancias. El emplazamiento era el mencionado en la entrada anterior, aunque sí un poco más íntimo. Una tetería del centro de Madrid, que tenía un sótano lvemente iluminado. Al bajar con él, obviamente no de la mano, observé que había poca gente. Este "él" no era el "él" de la entrada anterior, no sé si mis esfuerzos por explicarme son suficientes.

Este "él" era un viejo amigo. O al menos eso creía yo. Nos sentamos a compartir penurias y secretos, pues para eso estábamos allí, otra vez sumergida en el humo de mi propia cachimba. Entre algo de comida y risas, empezó la parte que menos quería descubrir, la parte en la que las verdaderas intenciones salen a la luz. No negaré que siempre hubo tensión sexual entre nosotros, incluso cuando, en el momento en el que nos presentaron, yo estaba fielmente comprometida con alguien. Y sin embargo, ahí estábamos los dos, después de dos traumatismos amorosos.

Él se acercó, yo me aparté. "¿Qué haces?", dije, loca de mí, pues obviamente había sido indiscretamente directo. Recuerdo el momento en que no pude volver a apartarme, recuerdo el momento en que me separé pensando, o diciendo en voz alta (no lo recuerdo) "eso no está bien". Tan extraño, que años después se diese esta situación. Me sentí culpable. Esa culpabilidad que te envuelve las entrañas, quizás por el paso de los años, quizás por lo extraño de aquella situación, quizás porque no quería contárselo a nadie. No volví a sucumbir, me mantuve fuerte a pesar de la debilidad de ese momento.

Hace ya tiempo de esto, y aún me acuerdo de esa dulzura en los labios y ese sabor agrio en la cabeza.