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lunes, 8 de junio de 2009

El librito

Hoy recordé algo que tenía guardado. Al fondo, muy al fondo de ese cajoncito, si se puede llamarlo así, que hace las veces de cajón desastre. No sé por qué mi mente hoy a ido a parar con ese recuerdo, con ese librito pequeño que, según cabe suponer, ha pasado por tantas manos. Si lo abres, con cuidado pues es viejo y tiene reúma, se ven las anotaciones salariales de un médico.

Pone: "El presente libro pertenece a Jose Codina, de profesión médico, que firma como contribuyente por la Industrial". Año 1936. Tras cinco o seis hojas la letra cambia, y el color del bolígrafo también. Y la fecha. 1972. A partir de aquí, se convierte en el diario de mi padre. Anotaciones en bolígrafo azul de cómo eran sus días, y aunque él era joven, de cómo intentaron ligar por primera vez con unas chicas a la puerta de la iglesia. Intento infructuoso si sigues leyendo. Pillastre, ¿cómo conseguirías el cuadernito? ¿Se lo robaste al médico?

Lo conseguí siendo no muy mayor, cuando todavía poseía un trocito de infancia en la vesícula. Por absurdo que parezca, siempre lo guardo, con gran ilusión y regocijo. Por absurdo que parezca siempre lo entierro, para al acordarme de él, despertar otra vez ese brillo en los ojos, como si fuera otra vez la primera vez que lo descubro. Aunque no sea un tratado de historiador, ni la historia de ningún bucanero, es un reflejo de la sociedad de aquel entonces. Son las palabras de un niño. Más aún, son las palabras de mi padre, ese hombre al que yo ya conocí como hombre y no como niño.

Son estas cosas las que hacen que, de alguna manera, reflexionemos sobre la vida que nos rodea, y despeguemos ese chicle baboseado de la mesa para luego darnos cuenta de que no es un chicle, sino una perla. Es uno de mis más preciados tesoros. Eso es, no un cuadernillo, es un tesoro.