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domingo, 15 de marzo de 2009

Paolinha se llamaba Marta

Al son de un tango bailaban sus pies. Con esos zapatos negros en los viernes de cualquier mes. A veces sin abrigo en invierno, con un vestido rojo muy corto y esos pantys largos de cuadrados negros.

Paolinha se llamaba Marta.

Entre semana llevaba ese traje de rayas diplomáticas. Como ella. Los sábados se ponía esa misma camisa, unas medias y una corbata negra, entre las dos barras. Danzando entre mil humos de nicotina y alquitrán. Siendo tocada por espejismos y por miradas de ajenos desconocidos.

En su piso le esperaba una gata en celo, mientras se hacía la muerta en un cojín rojo encendida por una luz de diseño Art-Deco. María se sentaba en su sillón para rascarse las ampollas de Paolinha. Se mecía en la bañera entre sales de canela y fresa. Su perfume olía a cerezas frescas y a hierbabuena destilada.

Bailaba con esa toalla blanca con el secador en una mano y un whisky con hielo en la otra. Se le juntaban las escenas y los flashes de las cámaras. Conducía cerca de cuarenta y cinco minutos los sábados para volver a casa y los domingos veía películas antiguas. Sus preferidas eran Gilda y Rebecca.

No comía pan. A veces sí, integral. Y cada lunes volvía a enredar su melena negra rizada en un recogido apretado a la altura de la nuca. Guapa así y guapa los fines de semana, pero con matices distintos.