¿Es que no piensas acercarte? Al menos para cansar al frío que me asalta.
Deslízate suave entre mis brazos, baja la persiana y descansa entre las sábanas. Duerme en mi pecho, quédate cinco minutos más. No te canses de mirarme y yo no me cansaré de mirarte a ti. No tengas prisa, no te muevas, no hace falta. Deja que pose mi mano en tu espalda.
Saca esa tensión y tiéndela en la cuerda invisible de la calma. No pienses, sólo vive y siente. Tómate un café, aunque no lo hagas nunca, o dámelo a mí, pero con tranquilidad. No oigas el tic-tac del reloj, o lo tiraré al suelo.
No hagas rozaduras a la almohada. Baja la persiana, quítate las zapatillas y los calcetines, que sabes que los odio. Bésame en el hombro y yo te besaré en la parte interior de la muñeca. Te acariciaré la espalda durante un tiempo incalculable. Apaga el teléfono y la televisión, deja el ordenador y te enredaré el pelo con dulzura.
Te encenderé una tímida vela para que dejes navegar un dedo por mi vientre y mi cintura. Respiraré tu olor sin forzarme a hacerlo. No te preocupes, cierra los ojos y confía. Te soplaré en la nuca lentamente mientras hago ochos en tu cabello con mis manos. Me sacaré de mi cuerpo entre suspiros y silencios.
Disfrutaré del siguiente momento de pereza que comparta contigo.