¡Shhh!
Calla.
No hables.
Que nos oyen.
Nos miran, inquietas y punzantes.
Nos taladran con sus miradas frías.
Calla, no hables, si ya sé lo que pasó.
Quédate a este lado de la puerta.
Un hilo de cerveza
ahora surca la almohada
deshaciéndose estrecha
por un hueco en la ventana.
Y ellas lo saben, y murmuran.
Y ellas nos pinchan
un poco más
para alargar las lágrimas.
Parece que sonríen en el reflejo del cristal.
O saludan con la mano desde la calle.
Se aproximan intimidantes,
y por cada paso que dan ahora
ya parecen mucho más grandes.
Aumentan con tus palabras
y tus actos malolientes.
Aumentan con mi tristeza
y mis ansias de saltar al vacío.
Son aquellas ganas
de dejar lo nuestro y abandonar.