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martes, 24 de febrero de 2009

El de los besos raros

Aún hoy sigo preguntándome qué fue lo que falló en esta historia, tan breve pero tan intensa. Aún hoy me pregunto cuál sería el secreto de esos ojos azules que tanto me intimidaron y tanto me erizaron hasta el alma. Aún sigo preguntándome por qué esperé casi dos horas en la salida de renfe de Fanjul, con mis pantalones cortos. Aún sigo preguntándome por qué tardé sólo tres horas en sucumbir a tus "encantos". Y aún me pregunto por qué sigo pensando en ti. Quizás no como antes, quizás sí, pero te recuerdo de forma inusual.

La culpa la tuvo el orgullo. El tuyo y el mío, porque ambos fueron incontenibles e insostenibles. Supusiste una adicción animal, anormal y placentera. Escasa tantas veces... Por no hablar, por dejar correr la oportunidad de aclarar las nubes grises que aparecieron de repente. Por tu testarudez y tu egocentrismo, por mis ganas de no dar mi brazo a torcer. También por mi testarudez, cosas eternas que se sentaron en nuestras sillas desde el primer momento y al final nos hicieron desaparecer a ambos.

Cuando te decía que tus besos eran raros, era cierto, siempre fue cierto. Pero en el final, los eché de menos. Ahora tú tienes tu vida y yo la mía, y siempre recordaré esta historia como un torbellino, como un huracán de algo que salió del interior de mi cuerpo. Como un hilo plateado de aliento. Ambigüedad simple de amor-odio, de deseo inaguantable. Breve, y tan intenso...