No lo hagas, no sigas insultándote
pensando que no vales o que el escalón
en el que te subiste fue el más bajo
de todos los que había al rededor.
No lo hagas, conserva tu sangre
intacta y piensa que tú puedes.
Piensa que la lluvia siempre se para
y que el viento acaba sin ganas de soplar.
No grites a tus ánimos ni a esa voz
que te empuja, ni a la esperanza
que todavía se refugia en algún rincón
entre esos llantos ahogados.
Suelta esa cuchilla y sal de la bañera.
Ponte unas zapatillas y desenchufa
el secador que preparaste ahí cerca.
No acabes si sabes bien
que hay motivos para seguir.