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martes, 10 de febrero de 2009

Ayer

Ayer cuando me levanté noté que algo había cambiado en mí.
No sé, como que me notaba rara o algo así..., ¿sabes?
Y entonces me di cuenta de que ya no era persona. ¡Me había convertido en pájaro! ¡Tenía alas!
Y pensé: "Oh Dios Mío. Por favor, que no sea una urraca. Ni un cuervo, que son muy feos..."

Y sin saber cómo empecé a hacer prácticas. Porque, claro, no estaba acostumbrada a tener esas cosas con plumas por brazos. Al final conseguí elevarme un poquito por encima de la cama. ¡Qué alegría! Al cabo de lo que yo estimé tres horas conseguí volar hasta el espejo.
¡Era una golondrina!
Pobre Bécquer si me viera...

Pero, oye, que no estoy tan mal, ¿eh?
Fue fantástico poder volar por toda la casa engañando a mi perra, que me perseguía sin poder atraparme. Pobre ilusa.

Al final conseguí salir de casa por un huequecito de la ventana de la cocina. Vi mundo. Sobrevolé montañas, ramas, personas. Edificios, coches, nubes, rebaños.

Volví a la ciudad y fue entonces cuando pasó. Me estampé contra un muro. No tenía mucha práctica, tarde o temprano tenía que pasar...
Me desperté en urgencias, con mi cuerpo de siempre, con mis alas ya cortadas.


Es lo que pasa cuando uno ha sido humano, que no se acostumbra a la libertad.