Desde que era pequeño la gente lo miraba de forma distinta.
Pablo no era como los otros niños, nunca se interesó por el fútbol, ni por tirarle del pelo a las niñas. Y según crecía, tampoco se interesaba por las revistas de mayores. Se quedaba cerca de la ventana mirando a la gente pasar mientras los aviones de papel le rebotaban en la coronilla.
Adoraba la música, y pintar. Pintaba en cualquier cuaderno viejo, en las tapas, en las revistas, en las servilletas nuevas o usadas... Poseía un talento natural, una sensibilidad trazada en susurros, pero poca gente se daba cuenta porque apenas se fijaron en él. Tenía sueños por cumplir, metas a las que llegar a tiempo.
Al final el mundo se dio cuenta de que caminaba a contracorriente, en el sentido opuesto a los consejos de la gente. Se sentía solo en la compañía que sus amigos le brindaban. Las cervezas le sabían a agua sucia y las mariposas no revoloteaban entonces en su estómago. Sin duda alguna, no era igual a los demás.
Ellos empezaron a señalarlo con el dedo, a ponerle la zancadilla y Pablo intentó corregirse por sentirse diferente; sin comprender que no había necesidad de corrección, que no había cogido el mal camino, que no era más que otra persona más en una ciudad más.
Su familia lo rechazó y se albergó en camas sucias, entre sábanas usadas, con ratones de compañía y pelusas en el pelo. Consiguió una beca para entrar en una escuela de Bellas Artes, y empezó a tallar un futuro en lienzos que con paciencia fueron vistos por plurales multitudes.
Su nombre apareció en los periódicos, y uno de ellos llegó a la encimera de la cocina de su antigua casa, a esas manos apocadas. Sacaron el pañuelo con sus iniciales de la mesita de noche vieja y astiada; pero fue demasiado tarde. Ese niño que se convirtió en joven finalmente se convirtió en adulto. Y ya no usaba pañuelos de tela.
Renegando de lo anterior, su presente se convirtió en uno de esos lienzos blancos que tantas veces habían pasado por sus manos. Lo que navegaba a contracorriente al final se hizo moda, y acabó por comprender que, en realidad, ése sí era el camino correcto, como tantos otros.