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martes, 10 de febrero de 2009

Perdido

Quizás debí haber prestado más atención, no haber jugado con las palabras que desdichadas salían disparadas de mis labios. O con las palabras que afortunadas te buscaban a través de un cable oxidado y frío. Debí haberme dado cuenta de que lo bueno se escapaba por la ventana.

Y no pude cerrarla. O no supe, culpa de mi estúpida ignorancia, de mi dejadez o de la tuya. Por rebasar los límites de lo que nos prohibimos en su día. De esas promesas cálidas y libres, gratuitas, que nos ofrecíamos con los brazos abiertos, puros.

Recordaba esas tardes de primavera, de pantalones cortos y sueños en la acera ardiente diluida de la ilusión infantil. Esos labios rojos a las seis de las tarde, esa enredadera entre el pelo y los dedos. Déjame aunque sea la mitad de eso. Ahora ya es demasiado tarde.

Ya no nos veremos como hacíamos ateayer, en el refugio de esa vida vacua y perdida, que ya casi no puedo recordar. Ya no iremos de la mano por las calles de París, por el metro, sin soltarnos para pasar entre los tornos. Ya no me ofrecerás papel escrito con tu letra, papel fino, de fumar, pero con tu letra. Ya no cantaremos esas canciones de musicales en Navidad, con la nieve como compañera, o la lluvia o el viento... Ya no nos miraremos para hacer los mismos comentarios salidos de alguna melodía.

Lo siento. Por perderte, por imaginar que ese sentimiento sería eterno. Por creer en las posibilidades de esa carretera secundaria, por no saber que estaba cortada, por no saber aparcar. Por no echar lubricante y frotar demasiado.

Lo siento por ser un estropajo seco. Lo siento por que tú no hayas sido más que un bote vacío. Nuestra culpa irremediable.

Oda a los amigos perdidos.