Por no llorar me agarraba al aire para no perderme.
Por no llorar besaba el agua para calmar mis penas.
Por no llorar sangraba días y mares.
Me perdía entre moteles de carretera, sin bastón de peregrino y sin maleta por no inundarme en las olas del asfalto, con la nostalgia a las espaldas. Por no hundirme en mis pensamientos.
Me metía un flotador en la mente, atado con una cuerda al ombligo, para no naufragar en esa vida loca y sin vodka. Entre chupitos y pies descalzos. Enloquecía en medio de árboles. Perdía mis minutos y mis cabellos entre la abigüedad de comprender y fallar.
Erraba y me sentía errante.
Construía historias de piratas, con buques que navegaban perdiendo tesoros, regalando botellas vacías, piratas acompañados de mirlos y no de loros. Venía cargada de collares de plástico y tizas transparentes.
Por no llorar salía a las tardes de invierno. Me perdía en esa espiral de aceras y me agitaba entre esa masa de cuerpos, abrigos y sombreros nevados que nevaban en mi cara. Daba tumbos entre esquina y esquina.
Por no llorar abandoné mis horas y mis vidas muertas. Por no llorar reprimí mis ilusiones y mis fallos.