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lunes, 9 de febrero de 2009

En algún lugar... 2

Miro a las montañas. Pinos, chopos y claros pueblan los montes, como guardianes eternos de una magia insondable. Sabios, esquivos, fríos.

Llenos de historias y secretos, de locuras y palabras silenciosas e impronunciables. Montes oscuros y paisajes sobrecogedores bajo un manto claro y cristalino. Un manto puro, lleno de vida y al tiempo inerte. Desechos de lluvia que se alejan en su danza ritual, sometiéndose a vientos y tempestades.

Ladridos y el piar de algún pajarillo perturban el sacro silencio. A veces el murmullo del viento, seduciendo a alguna hoja despistada llega al tímpano de un fiel oyente, si es que lo hay. Las montañas cantan por sí mismas, y callan por sí mismas, haciendo honor a su espíritu único, libre.

La naturaleza respira en su curso con profunda tranquilidad. Las pisadas de un solitario ciervo irrumpen en ese resquicio sagrado de lo que un día pobló esa estéril superficie, terriblemente fértil en su día y destruida en vacuidad por la inconsciencia humana. Mientras un llanto abandonado se quedaba a las puertas de oídos necios, tapados por manos necias, pertenecientes a humanidades enteras necias.

Nuestra herencia, lo poco que queda de esa gran sabiduría natural, ahora pace tranquila; como esperando su fin y sabiendo que tarde o temprano morirá sin haber transmitido su amplio conocimiento.

Viviendo en silencio, rallando el cielo.