Yendo por la calle te das cuenta de la gran multitud de la que formamos parte. De esa extraña masa de cuerpos, de abrigos en invierno y pelos revueltos. De personas.
Personas con sus propias historias, que caminan con un rumbo fijo o sin él, perdiéndose en la neblina de Madrid, entre edificios, calles y plazas. Personas con sentimientos, con problemas, felices o tristes. Personas que no conoces absolutamente de nada y que tienen tanto que contar... La mayoría de ellas jamás tendrán una conversación contigo. Jamás se tomarán una cerveza con tus amigos o te contarán como les ha ido el día... Pero todas forman parte de lo que hoy en día llamamos mundo.
A veces es curioso que te cruces con alguna y le mantengas la mirada, sin incomodidades. No les conoces de nada, pero por un momento se crea un vínculo estrecho que a veces sigue con alguna frase o una sonrisa. Sonríes por dentro... Y en ocasiones también por fuera. Y la otra parte de este juego de desconocidos se percata y te sonríe de vuelta.
Personas. Tan complejas, tan irresistiblemente irregulares y sorprendentes, unconues... Inconfesablemente atrayentes e intimidantes. Otras veces te sonrojas y apartas la mirada. Otras veces te miran con envidia cuando pasas por su lado, como viendo por un instante algo en ti que ellos perdieron. Y sin embargo no te conocen. No les conoces. Pero da igual.
Sigues tu camino igual que ellos siguen el suyo, perdiéndose en la inmensidad de este abrupto planeta lleno de misterios, entre ruedas o encaramados en tintineos de tacones o en andares peculiares, o en rasgos peculiares. En aceras polifacéticas, irrelevantes. Quizás no las vuelvas a ver jamás, ahí ya entra en juego la prescripción del destino.
Personas..., como tú y como yo.