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lunes, 9 de febrero de 2009

Fuera del mundo

Entre montañas me veo, y pienso, qué distinto es todo aquí. Fuera del ruido, del reloj ecléptico y jucioso. Y cada hora que pasa me enveneno; de ese cálido río que es tu cuerpo. De la esperanza de una niña ilusionada que algún día fui. Es difícil comprender cómo he llegado a esto, qué camino he escogido que me ha hecho salir del agujero y meterme en uno más profundo, sin cuerda y sin agua.
Una caricia, un te quiero, un beso. Un beso...
Y pensar que era antes cuando en la luz me sentía en tinieblas, cuando el sol no brillaba en mi ventana, y el viento me lamía la lengua, seca y áspera.

Ahora me siento adulcorada
entre neblinas de pólvora, azufre y viento
y es entonces cuado pienso
que me encuentro arrinconada.

Arinconada en tus brazos,
en el frío de la montaña
y en el calor de la cama
entre momentos gratos

de granadas en los tímpanos
como un crío en su cuento
que no se enciende en la mañana
si no es por tu aliento.

Por tu susurro, por tu risa, tu mirada
en la calle desolada
del dulce escarmiento.

Con el sonido de los besos
como único ruido,
con el sonido de una manta,
de un aliento, de un gemido.

Ahora me siento adulcorada
por ese río
que es tu cuerpo...