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martes, 10 de febrero de 2009

Él

Él era un hombre alto, delgado, larguirucho podríamos decir. Pero tenía unas piernas fuertes, pisaba con decisión allá por donde iba. Era decidido, valiente, impetuoso, directo. Sus facciones duras se complementaban con unos ojos casi negros, de mirada glacial. No le importaba si el suelo estaba encharcado, si debajo de sus pies había hielo o fuego, seguía caminando. Sabía lo que quería y sabía cómo conseguirlo.

A él no le importaban las estaciones. No se dejaba atraer ni tentar por vanalidades. Si el viento le congelaba las mejillas, no le importaba. Si la lluvia le calaba hasta la piel no le importaba. Si el sol le abrasaba las entrañas no le importaba. Se entretenía jugando al ajedrez, con o sin compañía. A veces solo, contra sí mismo, desafiándose con cada movimiento. Consiguió un trabajo, y después un puesto mejor, y después uno aún mejor.

Prestaba atención, escuchaba, hacía prácticas de tímpano. Pero al poco tiempo los problemas ajenos dejaron de llamar su atención. Al poco tiempo las fechas se le olvidaron. Al poco tiempo el ajedrez no le entretuvo más. Y pasó el tiempo... Los segundos se le convertían en minutos, los minutos se le transformaban en horas, y las horas... en horas y media, tampoco exageremos. Las palabras se acortaron en sus hojas de cartón..., y en su vida de latón.

Así fue como sus amigos dejaron de llamarle, porque el móvil se congelaba en sus frías manos. Al igual que la piel de ella, que ya no buscaba su tacto, porque era duro, rígido y sistemático y no obtenía ninguna recompensa. Se acabaron los vinos en los locales de Madrid, y también los Bloody Mary en las terrazas de Valencia. Se acabaron los mensajes en el contestador de su madre, y las notas en la nevera, y los besos... Y los "te quiero", y los "llámame y quedamos".

Porque nunca supo decir lo que le hizo falta, porque nunca expresó qué era lo que le tenía hambriento. Porque nunca respondía a esos mensajes en el contestador, ni a esas llamadas, ni a esas postales, ni a esos christmas. Nunca supo mantener lo que un día tuvo. Nunca supo responder con ganas, sino con obligación y desdén. Porque algún día, todo dejó de importarle. Nunca dijo "te quiero", nunca dijo "llámame y quedamos", nunca dijo "eres importante para mí". Nunca dijo "te necesito" porque nunca creyó necesitar a nadie.

Asqueado y desaliñado empezó a resentirse, a lastimarse y a maldecirse. Y ya no pudo aliviar su pena. Lo despidieron, y ya no quedó nada. Lo insultaron, pero no importó. Lo hirieron, pero tampoco importó.

Y así pasaron los días
con su amigo, el alcohol,
y esa caja llena
de recuerdos, de remordimientos.
De pensamientos impuros y
de pensamientos vanos.
Porque ya nunca más
nada le importó.

04/02/2009